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Uno de mis lectores me manda el siguiente correo, que yo, siguiendo sus deseos, comparto con vosotros, porque, aunque nunca he publicado ningun relato sobre relaciones zoofilicas, esta historia me ha parecido bastante verosimil y con mucho morbo.
Buenos días.
Te escribo este correo en el que te mando un relato para que lo leas y si te parece bien que lo publiques en mi nombre.
En el principio me describo para que me conozcas tanto a mi como a mi mujer.
Soy un asiduo lector tuyo, no por ser aficionado a temas filiales, sino que me encantan los relatos reales.
Te felicito por tus publicaciones y me parecen de lo mas increíbles.
Si no te parece apropiado no pasa nada, lo entenderé.
Un saludo.
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¿Como empezar a contar una vivencia de una pareja entrada en los 60 años y que la gente crea que es real?
Creo que la única manera es contar la verdad y eso es lo que voy a hacer.
Somos un matrimonio estable, que vive en una ciudad pequeña Española en donde casi todos nos conocemos o sabemos de nuestras vidas.
Nuestra vida a diario es la típica de un matrimonio con hijos, los cuales poco a poco abandonan el hogar y que retoman su vida de pareja.
En el día a día con nuestros trabajos nuestra vida sexual se puede catalogar como normal, pero es en vacaciones o en algún fin de semana cuando nos desatamos y cometemos esas locuras que nos encantan y que llenan nuestras vidas.
Nos gusta mucho practicar el nudismo, tanto por casa, cuando tenemos ocasión, así como cuando vamos de vacaciones, solo visitamos playas y entornos naturistas, los cuales son muy dados para vivir experiencias que en ocasiones parecen increíbles.
Mi mujer se llama Marta, 62 años, pero conserva todavía un precioso cuerpo que cuida asistiendo al gimnasio 3 veces por semana. Tiene unos pechos increíblemente bonitos, no muy grandes, talla 80, pero firmes con unas areolas pequeñas y unos pezones siempre duros por lo que no es difícil que cuando le apetece marquen si no lleva sujetador.
Su culo y sus piernas parecen de una jovencita y su coño totalmente depilado, marcando claramente sus labios la hacen el punto de mira cuando vamos a las playas nudistas.
Yo por mi parte me llamo Luis, 61 años, me conservo bastante bien, un poco de barriga pero dentro de la normalidad para la edad.
Lo que más llama la atención de mi cuerpo según mi mujer es mi culo, el cual dice que es precioso y mi pene, que se sale de la media claramente, cerca de 19 cm. y un grosor de 5 cm, derecho y venoso, que en estado flácido es de un tamaño que llama la atención.
Los dos somos aficionados a la lectura erótica pero yo me decanto más por la pornográfica y así como descubrí esta página en la que soy asiduo lector pero en la que nunca he escrito nada.
Siempre me ha llamado la atención los relatos zoofílicos, por lo que les voy a contar lo sucedido esta primavera en la playa nudista.
Aprovechamos un fin de semana de mayo para ir a la playa, hacia buena temperatura y teníamos ganas de una escapadita morbosa en la playa.
Llegamos directos a la playa después del viaje, algo más de dos horas, calientes de los magreos del viaje y con ganas de desnudarnos y dejar que nos vieran y ver al resto de la gente.
El parking de la playa es curioso, esta separada de esta por un talud arbolado con buena sombra y en algunos sitios bastante cubierto por lo que tienes cierta intimidad.
No había muchos coches, pero aprovechamos un hueco al lado de una furgoneta aparcando marcha tras para aprovechar bien la sombra.
Al salir del coche lo primero que hicimos fue abrir el maletero y desnudarnos para después coger las toallas y demás cosas.
Me fijé en la furgoneta cuyo portón trasero se encontraba abierto a modo de tejado.
Una mujer de cerca de 40 años acariciaba a un Gran Danés joven, no más de 3 años. Le preparaba un gran plato de comida y un bol lleno de agua en la parte trasera.
El perro estaba tranquilo he incluso le acariciamos.
Nos saludamos con ella.
Una mujer delgada y aunque estaba todavía vestida, con un buen tipo. Hablamos por un momento, nos dijo que era la primera vez que acudía a la playa y que no sabía muy bien como cruzar.
Nos ofrecimos a guiarla, dejó el perro en la furgoneta con las ventanas bajadas un poco y nos acompañó.
Nos dijo que el perro estaba acostumbrado a quedarse solo y que cada dos horas como mucho lo iría a sacar un rato.
Su nombre era Isabel, como después nos contó tenía 38 años, separada desde hacía un par de años y sin pareja actual.
Aquella relación no le había dejado ganas de más de momento.
Mi mujer empatizo muy bien con ella desde el principio por lo que cuando llegamos a la arena no dudo en decirle que no nos importaba que se pusiera con nosotros para que no estuviera sola.
Aceptó y desplegamos las toallas en la arena juntos.
Ella entonces se quitó el pareo que llevaba, no había más debajo, era delgada con muy buen cuerpo, muy proporcionado, 1.60 de altura, 80 de pecho firme, con areolas medianas y duros pezones en punta.
Tenía un bonito culo respingón y coño depilado con unos labios bastante pronunciados.
Se agacho varias veces de espalda a mi mientras colocaba la toalla y se veía bastante abierto como si se encontrara excitado.
Mi mujer me miró, con esos ojos que pone cuando percibe situaciones morbosas y me sonrió, el día se presentaba interesante.
Nosotros no practicamos intercambios, solamente nos gusta el morbo, ver y ser vistos, provocar y ver la reacción de la gente.
No había mucha gente en la playa y la distancia entre las toallas era bastante al ser esta una playa muy grande y asemejarse a un paraje solitario.
El lugar perfecto que nos gustaba para morbosear en un bonito día soleado.
La mañana transcurría con normalidad, sol, baño y conversación en la cual poco a poco fuimos tomando confianza.
Nos contábamos nuestras vidas con confianza y al no conocernos charlábamos de forma abierta y sin tapujos.
Mi mujer y yo le contamos la afición que teníamos de dejar vernos con discreción y el morbo que esto nos causaba, era como volver a ser jóvenes.
Isabel no parecía muy asombrada he incluso nos preguntó que solíamos hacer. Mi mujer le indicó que más valía una imagen que mil palabras, miro a un lado y a otro asegurando intimidad me hizo sentarme entre ellas dos y me empezó a masajear mi pene de arriba abajo y desplazando mi prepurcio para dejar a la vista mi glande rosado.
Isabel no perdía ojo, mi pene se fue poniendo duro poco a poco igual que mis depilados huevos que se endurecían como si fueran a estallar.
Así estuvimos un rato hasta que mi mujer fue parando poco a poco para evitar mi corrida.
Isabel reaccionó encantada con lo que había visto.
Confesó que se había mojado de la excitación y creímos conveniente meternos en el agua los tres para enfriar un poco el tema.
Al salir del agua ella marchó un rato a pasear al perro y mi mujer y yo nos quedamos en la arena tomando el sol y hablando de lo sucedido.
Al cabo de una hora volvió Isabel, parecía excitada, se quito el pareo y llevaba la braga del bañador puesta y como humedecida.
Nos extrañó que no se la quitara al tumbarse en la toalla y mi mujer le pregunto si le pasaba algo.
Después de pasar un momento pensando nos dijo que tenía que confesarnos algo y que aparte de que no lo sabía nadie esperaba que no la juzgáramos con dureza.
Nos dijo que después de romper con su pareja y quedarse ella con el perro empezó a practicar la zoofilia con él.
Empezó como algo extraño pero que se volvió en algo habitual.
Nos quedamos de piedra, en un silencio absoluto durante un instante, hasta que mi mujer reacciono, le tomo la mano y le dijo que no éramos quien para criticar a nadie y que nos parecía estupendo vivir la sexualidad de la forma que más le apeteciera.
Por mi parte le pregunte que si entonces había pasado algo al ir a pasear al perro y nos contestó que sí, que staba tan caliente después de vernos hacer mo que hicimos, que sacó rápidamente al perro y volvió a la furgoneta para que la follara.
El motivo de no quitarse las bragas era la inmensa corrida que su perro había descargado en su vagina y que estaría un rato chorreando.
Marta y yo estábamos asombrados de lo que nos decía.
Nos comentó la pasada que era ser follada por su perro y como le comía el coño y el culo con su lengua áspera, que después de correrse y desengancharse este le lamía el coño hasta dejárselo limpio pero dado el volumen de sus corridas pasaba ratos expulsando semen.
Le dije que sería super morboso ver salir tanto semen y allí sentada enfrente de nosotros cogió un clínex de la bolsa, se quitó la braga, abrió las piernas y de su coño comenzó a manar semen que dejaba caer sobre el clínex para no llenar la toalla.
Era tal cantidad, que mi mujer sacó más pañuelos por que aquello no dejaba de salir.
Estábamos alucinando con la situación, y al mismo tiempo nos estábamos poniendo muy calientes.
Incluso acerqué la mano a la vagina de mi mujer introduciendo un dedo y estaba mojadita.
Ella hizo un pequeño suspiro pero no me la quitó, por lo que empecé a masajear su clítoris con disimulo mientras Isabel nos miraba y no dejaba de echar semen por su vagina.
La situación era muy potente, Isabel empezó a masturbarse mojando sus dedos con el semen que escurría y frotando su clítoris con suavidad pero con firmeza.
Introducía sus dedos en su vagina y los volvía a sacar llenos de semen para continuar masturbándose.
Yo por mi parte hacía lo mismo, le introducía el dedo a mi mujer para que se me mojara y seguía jugando con su clítoris que se había hinchado y puesto duro.
Vigilaba a mi alrededor para no llamar la atención, la gente estaba bastante alejada y disfrutaban del día ajenos a lo que estaba ocurriendo.
Llegado el momento Isabel empezó a gemir al igual que mi mujer y al unísono empezaron a correrse mirándose una a la otra explotando en un orgasmo silencioso pero muy intenso.
Isabel se levantó, se tumbó en su toalla al igual que mi mujer y durante un instante se quedaron en silencio.
Después se levantó Isabel y nos dijo de ir a bañarnos y así intentar expulsar el semen que le quedaba todavía ya que aunque había manado gran cantidad todavía sentía estar llena.
Nos metimos en el agua y permanecimos durante buen rato.
Mi mujer no hacia más que tocarme el pene en presencia de Isabel.
El agua estaba muy clara y ella podía ver perfectamente como me masturbaba.
Yo estaba a punto de correrme pero Isabel le dijo a mi mujer que parara por que le gustaría verme correr y como saldría mi semen.
Salimos a las toallas, yo espere un poco para que no se notara tanto mi erección y en cuanto se bajó un poco nos acomodamos de tal manera que nadie pudiera darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder.
Sentados y con Isabel enfrente de mí, Marta empezó a masturbarme con suavidad, dejando bien fuera mi capullo el cual ya estaba dejando salir liquido preseminal debido al calentón que llevaba.
Isabel miraba sin perder detalle mientras mi mujer aceleraba poco a poco sus movimientos.
Mi pene estaba enorme, Isabel se acercó todo lo que pudo para con su cuerpo tapar lo que estaba ocurriendo, estaba a punto de explotar, mis músculos estaban tensos, mi mujer sabía que eso quería decir que mi corrida era inminente.
Conociéndome perfectamente en el momento de correrme apretó su mano, tiro hacia atrás de mi pene para que se me hinchara el glande y mi semen empezó a salir como disparos que llenaron todo lo que tenía alrededor incluido uno de los pies de Isabel.
Quede relajado.
Mi mujer miro al pie de Isabel viendo los restos de semen que había en él, con un dedo recogió parte de él y se lo metió en la boca, jugó con su lengua y mirando a Isabel le pregunto si le apetecía.
Ella solo asintió con la mirada, tomó el semen que quedaba en su pie y lo degustó tanto que entre las dos se dedicaron con sus dedos a mojarlos donde había restos de semen y a chuparlos.
Era ya la hora de comer y los tres teníamos hambre por lo que nos dimos un chapuzón rápido y recogiendo las cosas en la playa nos fuimos a la furgoneta de Isabel a comernos unos bocadillos que teníamos nosotros y una tortilla de patata que tenía ella junto con unas cervezas.
La mañana fue interesante pero todavía quedaban cosas por venir.
Llegamos los tres al parking, mientras Isabel sacaba al perro de la furgoneta a pasear un rato nosotros fuimos preparando todo para comer.
Pusimos una mesa plegable y unas sillas que llevaba Isabel y preparamos los bocadillos la tortilla y las cervezas.
Después de pasear al perro cuyo nombre era Sam, nos sentamos a comer.
Lo pasamos bien, entre risas y comentarios sobre lo ocurrido y sobre Sam, sentado a los pies de su dueña.
Después de las cervezas y la comida empezamos con los chupitos.
Yo me corte un poco pues después tenía que conducir, pero tanto Marta como Isabel bebían sin parar y la cosa fue poco a poco subiendo de tono.
No sé como sucedió con las risas y los comentarios pero mi mujer le empezó a acariciar la polla al perro y este empezó a desenfundarla, no paraban de reír las dos y encima los tres que continuábamos en pelotas la cosa empezó a tornarse divertida.
En un momento Isabel abrió sus piernas y haciendo una señal a Sam este empezó a lamerle el coño.
No teníamos nadie alrededor, así que mientras nosotros miramos ella gozaba de los lametones que el perro le daba sin parar, siguiendo un ritmo que ella le imponía hasta deshacerse en un intenso orgasmo donde todo su cuerpo se tensó, sus pezones parecían que iban a salir disparados y sus jadeos entrecortados acallaron todo lo que nos rodeaba.
El perro se sentó, y ella descansó un poco para después preguntarnos que nos había parecido.
No pudimos engañarla, mi mujer estaba super mojada y excitada y yo tenía una erección importante.
No pude evitar decirle que me encantaría ver como Sam la follaba, a lo que mi mujer asintió pensando lo mismo que yo.
Isabel pensó durante un instante y nos propuso el ver y ser visto que le habíamos comentado al conocernos.
Sam se la follaría a ella mientras nosotros follaríamos a su lado.
La idea nos pareció buena, así que preparamos el escenario.
Recogimos todo, en los alrededores había algún coche aparcado pero no se veía a nadie.
Entramos los cuatro a la furgoneta y cerramos.
En la parte posterior tenía una gran cama sobreelevada en la que se situó a 4 patas, Sam comenzó a lamerle el coño y el culo e Isabel le dijo a mi mujer que le tocara el rabo para que desenfundara el pene de Sam.
Llegó un momento en que el perro tenía toda la polla fuera, inmensa, más de 20 cm. gruesa y con una bola al final que impresionaba.
A su señal el perro alzó sus patas delanteras en la cama, acerco su rabo al coño de Isabel y en dos intentos la empezó a penetrar.
Al principio de una forma suave, parecía que ella le marcaba el ritmo con sus palabras.
Poco a poco iba acelerando sus movimientos mientras ella jadeaba y se corría una vez detrás de otra.
En una orden suya, Sam empezó a follarla muy rápido y muy duro, Isabel no paraba de gritar y gemir.
Vimos en primera persona y muy de cerca como aquella bola se hinchaba y como entraba de lleno en el coño de Isabel de golpe y al unísono de un gran grito.
El perro se quedo inmóvil, con la bola dentro, mpujando y enganchado a ella. Isabel gemía y no paraba de correrse.
Su perro estaba eyaculando en ella y según nos había comentado estaría así un buen rato.
Ella nos miró y nos pidió que folláramos para ella.
No nos hizo falta nada, yo estaba muy empalmado pues mi mujer estuvo en todo momento acariciándome la poya mientras la masturbaba con mis dedos el clítoris.
Se puso a cuatro patas al lado de Isabel y la penetre.
Hice lo mismo que el perro, primero con suavidad pero empujando mi polla hasta el fondo y aumentando el ritmo según ella me lo iba pidiendo.
Isabel seguía enganchada al perro y gemía sin parar, mientras tanto mi mujer y yo gozábamos de la follada que estábamos teniendo.
Isabel le decía a mi mujer si se sentía una perra y ella le contestaba que se sentía tan perra como ella.
Al final mi mujer empezó a correrse como una loca y yo descargue todo mi semen en su coño empujando con fuerza y mirando a Isabel que en ese momento se despegaba de su perro y caía abatida sobre la cama.
Las dos quedaron tumbadas boca abajo en la cama.
El perro se tumbó a lamerse el rabo.
Yo no pude evitar mirar los coños de ambas, abiertos y manando semen.
El de mi mujer era lo que había visto muchas veces, pero el de Isabel manaba sin parar como si fuera una fuente.
Nos relajamos unos instantes. Comentamos lo que había ocurrido.
Dejamos todo recogido y paseamos a Sam un rato.
Era tarde y teníamos que regresar a casa, así que intercambiamos teléfonos para volver a vernos.
Nuestra vuelta a casa fue muy relajada. Nos habíamos divertido y habíamos vivido una experiencia única para nosotros, que esperábamos repetir con Isabel.